lunes, 5 de mayo de 2008

La eterna transición

En el día de ayer moría un hombre, que será recordado por lo ocurrido en España justo cuando iba a ser investido Presidente del Gobierno de España un 23 de febrero de 1981. Pertenecía este hombre a un partido político, la UCD, en cuyo seno militaban correligionarios procedentes del régimen franquista que vieron la necesidad de redirigir España a la senda del constitucionalismo.

Este encauzamiento se vino a denominar Transición, por lo que ello significaba transitar de un régimen dictatorial a otro constitucional. Sin embargo el tránsito no iba a ser tarea fácil. Era un proceso en el que intereses muy diversos pretendían verse cubiertos.

Los nacionalismos recalcitrantes, y las izquierdas obstinadas participaron, con intereses en muchos casos contrapuestos, en esta transición, amén de una derecha que todavía estaba por conformarse alejándose de la herencia falangista.

Por espíritu de la transición se entendía el esfuerzo consensual que los diferentes grupos políticos debieron hacer para llegar a un acuerdo plasmado en lo que hoy es la Constitución Española, y es que cuando una Constitución no es fruto de la razón, sino del consenso, más temprano que tarde, los problemas afloran, en cuanto las personas o los consensos se desgastan o desaparecen.

Los intereses personales se convirtieron en el fin de los objetivos políticos, mientras que la Monarquía, la democracia, la libertad sobre todo la de opinión y el desarrollo de los partidos políticos y los sindicatos serían los contrapesos para un endeble sistema político y una más endeble sociedad, más acobardada que decidida, que sirvieron de herramienta útil para que la sociedad transigiera en la consecución de estos intereses personalistas: la autodeterminación y la implantación del socialismo.

El llamado desarrollo autonómico, vieja pretensión del nacionalismo catalán y vasco, provocó que en la Constitución se recogieran hasta cuatro modelos distintos de acceso al establecimiento autonómico de las regiones, rompiendo en su propia defiinición, la igualdad de las personas en función de la región a la que pertenecían.

El culmen del despropósito lo podemos observar en el art. 61.1 del texto constitucional: "El Rey, al ser proclamado ante las Cortes Generales, prestará juramento de desempeñar fielmente sus funciones, guardar y hacer guardar la Constitución y las leyes y respetar los derechos de los ciudadanos y de las Comunidades Autónomas".

Es decir, se hace jurar al Rey por una serie de derechos que parecen tener las CCAA cuando éstas, en el momento del juramento, no estaban siquiera constituidas y a las que se les hace sujetos de derecho. Territorios con derechos.

En muchos artículos de nuestra Constitución, como el citado, se pueden encontrar artículos más fruto de la negociación de estos intereses que de la manida visión de Estado que nos han intentado trasladar desde entonces los pólíticos contemporáneos de la Constitución.

No pretendo, en esta reflexión hacer un análisis del articulado de la Constitución, pero sí pretendo denunciar la perversión del lenguaje realizada, fundamentalmente por el PSOE y poco refutada por el PP, cuando se apela al neologismo del "Espíritu de la Transición". Parece que esta transición todavía está inconclusa. No se trataba de darnos un excelente catálogo de derechos fundamentales, sin duda la parte dogmática de la Constitución, a excepción del Título 2, es el articulado del que más orgulloso nos podemos sentir, sino de aprovechar un marco constitucional, y por tanto solemne y constitutivo, como fuente de Derecho, para el mercadeo estatutario que todavía persiste.

Los Suárez, Calvo-Sotelo o Cisneros tuvieron que tragar con ruedas de molino para aparecer acompañados en la comparsa de la Transición con personas como Carrillo o Arzallus, muy demócratas y con altas miras para España. Revestidos de una Monarquía totalmente sustituible y de la legitimidad formal que supone un Tribunal Cosntitucional, era necesario encauzar al pueblo español para que, con su aprobación mediante referéndum, éste no puediera manifestar su decepción ante el engaño que ha supuesto esta Constitución.

Dos ejemplos de lo fácil que resulta pasarse la Constitución por el forro de los pantalones: el primero la formación de la comunidad autónoma andaluza, que requería la aceptación por referéndum de cada provincia andaluza para el establecimiento de la Comunidad Autónoma: Almería votó en contra, la Comunidad andaluza existe y Almería dentro de ella. El segundo, aún más clamoroso, la renovación de los miembros del Tribunal Constitucional, recogidos en el Título X, como hemos visto, no ha ido con la actual Presidenta.

Como éstos, se podrían citar múltiples casos por los que se ha producido en España una mutación constitucional, en la que la Constitución aparece como excusa ante el pueblo español para que la clase política siga en la deriva de la eterna transición.

¿Y cuándo concluirá? Sin duda cuando los políticos de Cataluña y el País Vasco consigan su propósito: la independencia de España.

Cuando esta se consiga, ya veremos lo espiritual de la transición, pero como ejemplo un botón: Cataluña exige su derecho a la autodeteminación en su Estatuto, pero niega este derecho a los territorios que la componen, es decir, Gerona no puede decidir si es parte o no de Cataluña o si quiere seguir siéndolo.

Calvo-Sotelo ha muerto, como antes murió Gabriel Cisneros, personas con un sentido de España que hoy simplemente no existe.

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