viernes, 11 de julio de 2008

¿Por qué le llamamos aborto cuando queremos decir asesinato?

EL PSOE, mucho más proclive que el PP a introducir debates en la opinión pública, pretende iniciar el espinoso asunto de lo que neológicamente denominan interrupción voluntaria del embarazo. Vamos, algo así como definir suicidio como la interrupción voluntaria de la capacidad de respirar de forma permanente.

La modificación de la prosodia de los conceptos no creo que sea suficiente para alterar su significado. Abortar, matar, asesinar, dejar sin vida, son sinónimos de la interrupción voluntaria del embarazo.

Pero más clamoroso resulta escuchar, la capacidad de la mujer a decidir sobre su propio cuerpo. Hasta donde alcanza mi entendedera, los brazos, cabeza y piernas que cortan los abortistas no son los del cuerpo de la madre, y los despojos que terminan en el retrete creo que tampoco.

Tal vez si empezamos por llamar a las cosas por su nombre, podamos iniciar un debate en condiciones, porque claro si los proabortistas hablan de derechos, capacidad de decidir libremente, interrupciones voluntarias o nasciturus, lo antiabortistas no podemos contraponer nada más digno.

Por tanto, yo empezaré a hablar de asesinato socialmente consentido, ¿qué tal suena? Abominable, ¿no? Pues exacatamente eso es un aborto: una práctica abominable que escapa a la razón humana, más propia de algunas especies animales que desechan algunos de sus vástagos porque consideran que impedirán al resto su superviviencia. Pero claro, esos animales no disponen del conocimiento médico, legal y político para dotarse de supuesta racionalidad, por eso son animales y nosotros somos personas.

En recientes fechas ERC ha propuesto en el Parlamento que los simios dispongan de los mismos derechos que los humanos, no sé si se referían a que les puedieran votar o simplemente a que algunos de sus correligionarios tuvieran cobertura legal, o simplemente que las simias puedan también abortar si así lo deciden.

Las plantas están protegidas, como muchas especies animales. Está prohibido cazar en época de cría, las piedras están protegidas en muchos lugares, y no se te ocurra llevarte un coral a casa, ni siquiera un alga protegida, no vayamos a modificar el ecosistema.

Pero, amigo, el nasciturus, eso ya es otro cantar. El nasciturus no habla, no se queja, al menos no lo oímos, y sobre todo no vota en las elecciones. Su madre, sí.

¿Por qué habría la especie humana de proteger a sus propios no nacidos? No nacido no significa no existente, significa que todavía requieres de otro para vivir. Y la categoría de no nacido de no existente o de sujeto de derecho no se gana llegado un día ( a las veinticuatro semanas de la gestación, o las semanas que ahora quieran las feministas de pacotilla), sobre todo cuando nadie sabe realmente cuándo ha llegado ese día.

Sí da a conocer la naturaleza cuándo se inicia una nueva vida, y sí guía la razón desde cuándo deberíamos proteger esa nueva vida, pero obstinadamente y cargados de neologismos biensonantes nos apresuramos a acabar con ella, en la inmensa mayoría de los casos por la inoportunidad de su nacimiento. Qué orgulloso me siento de pertenecer a la clase humana, ésa que es capaz de saber y decidir cuándo una vida merece ser vivida o no.

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