jueves, 10 de julio de 2008

La mediocridad en la Política: un valor en alza

Las élites políticas parece que, más presas del marketing que de la eficacia, luchan denodadamente por incorporar, para los puestos de máxima responsabilidad a personas de muy escasa virtud.

Mujer, joven, a ser posible con estudios universitarios y, eso sí, con dedicación total a las tareas de pelotismo político, es un perfil muy demandado en la actualidad. Personas que nunca han tenido que buscar empleo, ni trabajar en equipos multidisciplinares, ni asumir diferentes roles en esos equipos, que nunca han tenido necesidad de "llegar a fin de mes", que no saben qué es vivir, deben regir las prioridades de nuestra sociedad.

Y eso es la política hoy día, un modelo de gestión de prioridades sociales que requieren financiación y consentimiento. Por su parte, las tareas de gobierno requieren una gestión de los recursos públicos disponibles, humanos, físicos, económicos y ciertos intangibles de gran valía, como la experiencia, el talento, la perspicacia, difíciles de buscar y más difíciles de encontrar.

Frente a estas condiciones, el Presidente del Gobierno apuesta por características más propias de un agente comercial que viene a vendernos su producto que de la responsabilidad de Estado.

Bibiana Aído, Leire Pajín, pueden ser consideradas prototipos de la nueva política, de esa política que nada tiene que ver con la de Cánovas, Azaña, Ortega o Maura, del propio Pablo Iglesias o de Gregorio Marañón.

Mucho se ha hablado y escrito sobre la idoneidad de que personas de relevante fuste profesional puedan ser incorporados a la vida política, el último ejemplo es Manuel Pizarro, pero en mi opinión, nada es sustituible a la virtud política, al desprendimiento de tus propios intereses en aras del interés general. ¿Qué político de hoy día antepone, en conciencia, el interés general al interés particular? No quiero con ello, indicar que en la Política solo habiten egoístas y poltroneros, pero sí puedo afirmar que muchos de los que están, están porque es una forma de ganarse la vida, y la política no es una forma de ganarse la vida, sino una forma de perder la vida propia para mejorar la de los demás.

No debe ser una Ministra mujer, ni joven, ni vieja, ni homosexual, ni religiosa, ni atea, ni hombre, ni feminista ni pacifista. Un Ministro de España debe ser una persona. Una persona decidida a darse por los demás en base a un proyecto político, desprendida de intereses particulares y únicamente guiada por la conciencia, la razón, el honor, la dignidad y el amor.

Quienquiera que cumpla con esos requisitos mínimos está en condiciones de las más altas responsabilidades de gobierno. Por supuesto, una buena preparación intelectual, una mínima viviencia, experiencia en gestión de situaciones de presión, experiencia en gestión de expectativas, son valores que también son necesarios, pero que no sirven de nada si los prerrequisitos anteriores no se tienen.

Pena da que los destinos de nuestro país deban quedar al albur del qué dirán. Un Ministro no es un producto, tampoco una marioneta ni un polichinela, es una alta responsabilidad al alcance de muy pocos, y detectar el talento necesario debería ser una de las tareas más difíciles de un Presidente del Gobierno. En nuestro caso, este Presidente no debe haber dedicado más de las dos tardes que necesitó para aprender a escribir la palabra Economía.

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