martes, 23 de septiembre de 2008

El terrorismo: cobertura social y política

Hoy pocos están satisfechos. Pocos son los que jalean el éxito, pero son menos pocos los que comprenden, consienten y amparan el asesinato en nombre de la patria vasca.

No ha mucho tiempo, un Presidente del Gobierno hablaba de paz. El objetivo del Gobierno era conseguir la paz, no ofrecer seguridad, no preservar la libertad, sino negociar la paz. Junto a él, se encontraba otro presidente, el vascongado lehendakari, que le animaba, a cambio de dar su apoyo en diferentes iniciativas legislativas en las Cortes: eso costaba la dignidad de España.

Ése fue el detonante que hizo que Rosa Díez, socialista de pro, mandara al Presidente a hacer gárgaras. Eso fue lo que le quitó tantos votos en Madrid y en otras partes de España sin gobiernos independentistas, y por eso barrió en Cataluña y Vascongadas.

El recuento no le tuvo que ser favorable porque ayer hablaba el Presidente de libertad, y de paz ya solo habla el otro Presidente, el vascongado.

Entretanto, el PP se mantuvo firme en esa lucha, sin duda aprendida a costa de vidas como la de Gregorio Ordoñez, Miguel Ángel Blanco o el intento de asesinato de Aznar, sin menospreciar ni olvidar a todas las víctimas de cualquier índole, pero sin duda, esas muertes dejaron en el PP el convencimiento de que es posible perseguir y acabar con ETA con medios policiales, militares y judiciales.

El problema, más allá del retroceso qu supuso la anterior legislatura, es la cobertura social de ETA. En Vascongadas consideran que el resto de españoles no les comprendemos y que, aunque con medios reprobables, sus intenciones son loables. Y esto lo respalda la cúpula purpurada de la Iglesia vascongada, los dirigentes de los partidos políticos independentistas como el PNV, el rectorado de la Universidad vascongada y en definitiva las élites socioeconómicas y culturales y religiosas vascongadas.

Si a ello le sumamos el borreguismo característico de nuestra sociedad actual, es fácil comprender cómo jóvenes que apenas saben leer, que no han escrito jamás, y cuyo vocabulario no excede de cien palabras, apoyen a esta caterva de asesinos. No nos debe extrañar cómo los medios de comunicación extranjeros tratan el terrorismo de ETA, como movimientos independentistas, lo que les procura la situación de mártires de una casusa oprimida por el gobierno español.

En su día se criticaron, cada vez por parte del contrario, la existencia de negociaciones. Yo soy de la opinión de que deben existir negociaciones: a qué hora se van a entregar, dónde depositarán las armas, a qué cárceles ir, qúé trabajos harán desde la cárcel, son cuestiones que es necesario negociar.

Cada día después de un atentado, muchas personas claman por la cadena perpetua. En mi opinión, bastaría que cumplieran íntegramente las penas impuestas sin ningún tope máximo, salvo que se mueran antes. Pero la caridad cristiana me obliga a perdonar, por lo que, creo oportuno establecer cuarenta, o cincuenta años, como tope de estancia en la cárcel, sin límite de edad máxima.

Tendremos una posibilidad real, el día que los partidos políticos hablen de libertad y no de paz, el día que tras una ilegalización de actividades terroristas, la clase política contraria a las ilegalizaciones sea acusada de alta traición y podamos ver al lehendakari en el banco de los acusados, por contrariar las disposiciones juduciales y por atentar contra la Constitución que juró. Tendremos una posibilidad el día que impúberes prefieran leer a gritar proclamas, y para ello es necesario meter mano en ikastolas y universidades. Tendremos una posibilidad el día que el Papa a través de su Nuncio en España, eche del purpurado a Obispos que comprenden y amparan el asesinato por cuestiones políticas. Tendremos una posibilida mientras la sociedad vascongada no vote con la nariz tapada a formaciones políticas contrarias a la Constitución amparadas en la libertad de pensamiento. Yo me puedo permitir el lujo de pensar lo que quiera, el lehendakari no.

Pero mientras llega esa posibilidad, nos queda la esperanza. La esperanza de que el Presidente del Gobierno diga a la sociedad: me equivoqué, la esperanza de que el Fiscal General del Estado cese por incompetente, la esperanza de que el Obispo de San Sebastián desaparezca de la diócesis y lo manden a alguna parroquia de la provincia de Jaén (perdón por los jienenses, mis padres allí nacieron y por ello lo pongo de ejemplo), la esperanza de que Gotzone Mora pueda dar clase en la Universidad del País Vasco sin escolta y el día que los jóvenes se junten para asistir a un concierto de rock o para ver al Bilbao (la Real en su defecto), y no para destrozar las calles o para amedrentar a los ciudadanos.

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