miércoles, 11 de agosto de 2010

La dictadura de la democracia

Posiblemente y a mi modo de ver, Sabino Fernández Campo ha sido el último hombre de Estado que ha dado España. Desde su puesto, privilegiado sin duda, ha sido mudo observador y firme influenciador de la política española desde lo que se ha venido en llamar la Transición hasta nuestros días.

No voy a apuntar en esta entrada su biografía, sino comentar su discurso de ingreso en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, el 28 de junio de 1994. Realizó un comentario del famoso texto de Maquiavelo, El Príncipe, que para los no versados, se trata de unos de los textos políticos más influyentes y más comentados de la Historia del Pensamiento Político.

Por poner en antecedentes, muy brevemente, se trata de un tratado de gobierno que el autor escribe para el prícipe de florencia Lorenzo de Médicis, allá por los inicios del siglo XVI, y es una de esas obras, y de ahí su magnificencia, que ha sido comentado desde entonces, por la actualidad de su contenido, a lo largo de la Historia. De él caben destacar los comentarios realizados por Federico II, con la corrección de Voltaire (eds Ibéricas, 1971)o Comentarios al Príncipe de Maquiavelo, de Napoleón Bonaparte (Espasa- Calpe, 1991. En él, se redacta un documento, por encargo y en poquísimo tiempo, en el que se propone un manual de comportamiento de aquél que manda en una nación. Además se puede decir que es uno de los primeros tratados nacionalistas que se conocen, pues todo el texto se encamina a conservar lo que para Maquiavelo era de la mayor importancia: la unificación de Italia, y en ello es capaz de desistir de sus ideales republicanos para ofrecer a quien está en condiciones de conseguirlo, la forma de obtener y mantener unida a Italia. Y para ello, sin ambages, establece las cualidades y formas de actuar del Príncipe para tal empeño, sometiendo la moral a la misión de gobernar, mediante el viejo tropo del fin justifica los medios.

El texto, como otros muchos clásicos, al leerlo produce la extraña sensación de la actualidad del tema que refleja, y en este caso, cómo actúan los actuales príncipes de las democracias modernas para el mantenimiento del poder: único objetivo válido hoy en política. Entre los consejos, uno de ellos, sobre el que quisiera incidir de cara al tema que propongo, es el de que el Prícipe debe procurar, por cualquier procedimiento, que los ofendidos sean pocos y dispersos. Así en nuestros sistemas democráticos actuales, nos encontramos que las elecciones se convierten en el imaginario campo de batalla de unos aspirantes que se dirigen, no a toda la sociedad, ni siquiera a la que vota, sino a esa pequeña minoría que, con su voto cambiante en cada batalla, da la vistorias unos o a otros. A ellos se dirigen las propuestas electorales, y a ellos se dirige la acción política. No a los convencidos de uno y otro signo, que seguirían votando a sus líderes, sea cual fuere éste, y haga lo que ésta hiciere. Para este alto porcntaje de votantes, no son las eleccciones, ni las propuestas, ni las promesas, ni después las medidas. Tan solo sus consecuencias, positivas o negativas, pero siempre defendidas si el vencedor es el tuyo o siempre menospreciadas si el vencedor no es el de tu preferencia.

De ahí que esa minoría es la que realmente da o quita el Gobierno, y una vez conseguido, se demuestra que más esfuerzo gastan los políticos en ganarlas que después en gobernar y siempre y como único objetivo para mantenerse en el poder y ganar la próxima contienda, la de dentro de cuatro años.

Decía Maquivelo (cap XVIII), que los hombres son tan cándidos y sumisos a las necesidades del momento que quien engañe encontrará siempre a quien se deje engañar, y, con los medios de comunicacion de masas existenten hoy en España predominando en la mentalidad española, la televisión, cabría decir que basta decir una mentira con un gran aparato mediático, repetirla cinco veces en la mentalidad del pueblo, para que éste la crea, y siete para el que la produjo la considere, fríamente, como cierta. Esta aseveración, si bien se le podr´ñia atribuir a Maquiavelo, es de Goebbels, aunque bien la podría suscribir cualquier mandatario español de las últimas décadas.