lunes, 22 de febrero de 2010

Un Rey que ni reina, ni gobierna

Un Rey que ni reina, ni gobierna, pero que se mueve entre lobbys como pez en el agua. Fuera de nuestras fronteras (tendré después que matizar dónde están nuestras fronteras), no cabe duda de que el Rey conserva un halo de superioridad que le permite situarse en posiciones de franca ventaja ante sus interlocutores. Hay pocos dignatarios mundiales, como puedan serlo Obama o Benedicto XVI, que puedan comparárseles, o incluso superarle, pero no cabe duda de que el Rey fuera, lo que se dice fuera de España, es un personaje sacado de un cuento que consigue llegar allí donde el inefable Presidente no llega ni llegará nunca.

Pero dentro, lo que se dice dentro, la cosa cambia. Para la gran mayoría de españoles, aquéllos que juran ver los documentales de la 2 pero que no hay sesión del Sálvame o del Gran Hermano de turno que no se pierdan, para quienes la Familia Real es algo así así como el objeto de envidia nacional. ¡Quién fuera Rey o Reina! Y la verdad sea dicha, y por mucho que intenten convncernos de lo contrario, el trabajo de Rey nunca ha sido especialmente ni duro, ni complicado, sino más bien todo lo contrario, para ellos, el Rey sigue despertando pasión. Para los que ya hemos aprendido a leer, unos se cuestionan su idoneidad y los que no nos la cuestionamos sí le exigimos un cambio de actitud.

Se trata de una figura, la del Rey, que tenemos que encontrarla en las comunidades postromanas y previsigóticas, aunque fue durante el periodo visigodo cuando la figura real cobra la importancia, unas veces más intensa que otras, que perduró hasta la Segunda República, vamos nada más que unos catorce o quince siglos. Pero el caso es que para este neosocialismo la Historia de España, la más antigua del mundo con varios siglos de diferencia sobre la francesa o la inglesa, parece que empezó con la Segunda República, Franco o la Transición según se trate en cada momento.

Al Rey, nuestra actual Constitución, le relega a papeles de representación del Estado, pero no tomado aquí el Estado como Administración, es decir, por debajo de la jerarquía del Presidente del Gobierno, sino del concepto de Estado como nación, como única nación de España. Aquí empiezan los problemas; algunos creen que en España existe más de una nación, y por tanto el Rey no les representa, esas otras naciones no son España, aunque sí se consideran parte del Estado español. Es algo así como un Estado de naciones, es lo que llaman Estado plurinacional.

En otra ocasión comentaré acerca de lo plurinacional. Hoy me centro en el papel del Jefe del Estado de España, que es pitado, insultado y vilipendidado en Vasconia o en Cataluña y que en vez de trabajar para que parte de los españoles no insulten al resto, para que en vez de proteger el himno de España exigiendo que éste sea repretido hasta que no se guarde la debida compostura y mientras tanto no se inicia el partido de marras, para que en vez de eso, repito, se instala debajo del ala presidencial y actúa como mamporrero de lujo del Gobierno, exigiendo un pacto en materia de Economía. Y el Rey sabe perfectamente que la Constitución no le permite participar en la lucha política de los partidos y los grupos parlamentarios. Si España requiere pactos, que se requiera mayorías cualificadas en las Cortes, pero el responsable de esta deriva económica es únicamente el Presidente del Gobierno y el Rey no puede ni debe ni se le debe permitir que intente este Pacto, infame, inconstitucional, y que hurta al verdadero portador de la soberanía, cada ciudadano, la necesidad de discernir al responsable de la acción del Gobierno, para que en las próximas elecciones podamos decidir quién debe representarnos.

Y usted, Majestad, y con el debido respeto, ni debió esperar cuarenta y cinco minutos a que los jugadores del Barcelona les saludaran cuando ganaron la Copa de Europa de fútbol, cada uno con la bandera de su país excepto la de España, ni debía haber permitido el ultraje a España (no a usted) que se hizo ayer. Ésa era su obligación y prefirió llevar puestos unos tapones; eso sí, supongo que le agasajaron como a usted y su estirpe les gusta. Pero, en Cataluña, además de ir a esquiar y colocar a una hija, hay que trabajar mucho más por España y mucho menos por su familia.

Existieron otros tiempos, y no fueron muy leanos, en que sus antepasados veraneaban en San Sebastián. Hoy no puede ir si no le invitan y a esta situación en la que nos encontramos, en parte, ha contribuido su dejación y su conformismo. Usted, Majestad, es un servidor de España, y debe arriesgar,pero no podemos consentir que a mí y mi familia nos insulten en su presencia y usted no haga nada, pero al día siguiente se ponga el mono rojo de trabajo.

1 comentario:

Rafa dijo...

Que yo sepa, lo único que sin duda queda demostrado es: a) que los espectadores no le tienen el más mínimo respeto al himno nacional; y b) que los espectadores están en contra de los reyes (bien de todos ellos, bien en particular de estas nuestras esquiadoras majestades). Aunque detesto el baloncesto, me sumo a estos sentimientos y los aplaudo: yo tampoco siento ningún respeto por el himno nacional (ni el español ni ningún otro) ni por los reyes (ni por la institución en general ni, en particular, por esta II restauración borbónica, promovida por el generalísimo Franco y tan nefasta como la primera promovida por Cánovas).

¿Tiene usted por “valores cívicos” la pleitesía de súbditos ante las testas coronadas y el embeleso cuando suena la fanfarria patriótica? ¿Le parece “decadencia” no sentir un arrobo de costurera cursi o de lechuguino palaciego ante los reyes, sus tocados y vestidos, sus músicas acordadas, aquellas ropas chapadas y demás verduras de las eras? ¿Llama usted “populacho” al que abuchea lo que le desagrada en lugar de bajar la cabeza como un lacayo? En fin, prefiero no opinar sobre su catadura moral.

Desde luego, a mí cuénteme entre el populacho. Indignado, además, por la censura en televisión. Abucheos y pitadas son formas de expresión habituales y educadas, así que, ante tal atropello a la libertad de expresión, sólo cabe ser optimistas: tan peligrosos les parecen los verdaderos sentimientos de los ciudadanos que hay que censurarlos. No he ido en mi vida a un partido de baloncesto, pero si ahora resulta que es la única oportunidad de expresar un firme rechazo al patriotismo, a la monarquía y a este rey, igual me saco abono y todo.