martes, 8 de septiembre de 2009

Sobre putas y botellones

Estos días estamos asistiendo a diferentes esfuerzos hipócritas de una sociedad decadente en valores y principios morales, que no sean el relativismo y el egoísmo, por aparentar progresismo. Las víctimas de esta escala de valores instaurada gracias a los esfuerzos de la izquierda desde el fin de la dictadura son, como es natural, los más débiles en términos intelectuales: los niños y jóvenes.

Desde la muerte de Franco, la izquierda ha asumido un papel de liderazgo indiscutible en lo que a moral se refiere, solo contrapuesta por la Iglesia, mientras la derecha española ha escondido cobardemente la cabeza para que no la relacionaran ni con la iglesia ni como sucesores del régimen anterior. Parece que tengamos que estar pidiendo perdón permanente por un régimen del que yo no me considero heredero simplemente porque defendamos valores que a lo largo de la Historia se han demostrado que ampliaban la libertad de las personas.

Por su parte, la izquierda ha sido capaz de que la sociedad española se impregne de unos principios que será muy difícil desterrar. El aborto es un ejemplo sangriento del que he escrito muchas veces, pero hay otros igualmente declarativos de esta sociedad decadente.

Las fiestas patronales se han convertido en el escaparate de una amalgama de comportamientos que explican en parte hacia dónde nos dirigimos. La mezcla de actos religiosos, políticos y de puro ocio delincuente llenan los programas de fiestas, más eroticofestivos que de confraternización de la comunidad, que se supone que es el objetivo por el que las Administraciones locales financian, con el dinero de los vecinos, unas fiestas en honor de algún Santo o Santa, que si levantaran la cabeza, le estarían dando collejas al Alcalde y al Párroco hasta que se fueran del pueblo.

Durante las fiestas patronales en España, el alcohol y sus consecuencias (reyertas, destrozos, acosos sexuales, comportamientos depravados) son los auténticos protagonistas. El Alcalde es el corresponsable de lo que en su municipio ocurra en las Fiestas patronales, pero no es el único.

Los padres de menores permiten que sus hijos durante esos días se conviertan en aprendices de delincuentes o alcohólicos, la Policía y Guardia Civil son los cómplices necesarios de esta degeneración social y la izquierda se frota las manos de ver cómo una fiesta, en su origen religiosa, se convierte en una oda al laicismo y al relativismo moral. A ver si no quién en este país tiene los redaños necesarios para prohibir el consumo de alcohol, o el control de su consumo en menores o los comportamientos indecorosos o el derecho de descanso de quien no puede o no quiere participar, etc, etc. Nadie se atreve, porque al día siguiente tendría que dejar de ser Alcalde. Eso es lo que está instaurado en nuestra sociedad.

No culpo a los alcaldes que al día siguiente no dimiten, porque entonces se quedaría España sin regidores, pero éstos deberían promover la comunicación con sus vecinos y sobretodo con aquéllos que son padres de menores. Eso es responsabilidad del Alcalde.

En el último caso de Pozuelo, el Alcalde no puede justificar que sólo dos de los delincuentes arrestados sean del pueblo: ¡ Vaya consuelo! ¿Quiere decir el Alcalde que los pozueleños son más decorosos que el resto? ¿Piensa hacer autocrítica o solo piensa cómo hacer para que no le salpique la salsa que él mismo ha cocinado?

Mientras, en Barcelona las putas campan a sus anchas. En Barcelona y en el resto de España. No sé porqué hay debate en Barcelona y no en el resto de poblaciones, porque haberlas haylas en toda España.

Me ha sorprendido mucho la postura de Esperanza Aguirre al declarar que se debería regular esta actividad: regular el delito no es una solución. Es simplemente inmoral. Querer cobrar impuestos de la prostitución es apetecible, pero indecoroso. Siguiendo ese argumento regulemos el tráfico de blancas, de drogas o de órganos, total, como han existido desde siempre... Si eso fuera la solución, ¿por qué entonces existe el contrabando de tabaco y el tráfico de marcas falsas?

La educación en otros valores, el desprestigio social y la acción conjunta del legislador, la policía y los Tribunales son y deben ser las herramientas para que estos comportamientos que siempre han exisitido y seguirán exisitiendo (como existe el crimen y el delito) sean socialemente repudiados, como lo es la violación, el asesinato o el terrorismo o como últimamente está siéndolo el correr demasiado con el coche o conducir bebido, lo que no significa que desaparezcan los conductores borrachos.

No es la comprensión ni la autocomplacencia, ni menos todavía una reivindicación feminista lo que debe guiar el debate sobre la prostitución, sino la libertad individual, la justicia y honor de las personas lo que se debe proteger. Esos comportamientos totalmente inmorales ya lo eran antes de Franco. No fue él quien deteminó esa condición, pero desde luego somos nosotros los que estamos permitiendo un nuevo significado a la palabra urbanidad. Los jóvenes ya están sufriendo en sus carnes las consecuencias del relativismo moral de sus padres.

5 comentarios:

Rafa dijo...

No seré yo quien ponga obstáculos a que usted sea casto. A mí plin. Que le diera por ahí a mi novia, en cambio, sí que me fastidiaría. Ya recomendaba Escrivá Albás (alias Escrivá de Balaguer, alias marqués de Peralta, alias San Josemaría, etc.), en su folleto Camino: “Busca mortificaciones que no mortifiquen a los demás”. Si a mi novia, por lo que sea, se le antoja la virtud, que se apunte a una ONG, que se manifieste exigiendo un carril-bici o que se ponga a reciclar residuos sin parar, ¡pero que no me haga pagar a mí los platos rotos de su virtud!

Me cuento entre los impuros, entre “la perduta gente” que (Dante lo sabía) habitamos la “città dolente”. ¿Irse a la cama “sin más consecuencias que disfrutar”? ¡Naranjas! Las consecuencias siempre son imprevisibles y tiene más efectos secundarios que un medicamento: averías sentimentales, somnolencia, dificultad para manejar maquinaria pesada, estupor, hormigueo en la conciencia y una melancolía repentina al volver al resto de tu vida, a la oficina, al bar con los amigos, al vagón de metro.

Que haya que “animar a los jóvenes al sexo” y que los chavales necesiten la intervención nada menos que de los políticos para irse a la cama, me parece un disparate. Se conoce que frecuentamos jóvenes muy diferentes. Con las que yo conozco, resulta poco tentador “llegar a vivir la castidad”.

Rafa dijo...

He leído libros antiguos y los niños se apuñalaban sin pestañear y cometían atrocidades con un desparpajo casi simpático. Y no había televisión. Y el principio de autoridad estaba bien establecido. Hay algo que me echa para atrás en la idea de que los niños son buenos por naturaleza y, si hacen algo malo, será porque lo han visto por la tele o en internet. El mal también es natural.

Ya San Agustín hablaba de la maldad infantil y concluía que los niños podrán tener menos fortaleza corporal para hacer daño, pero “el ánimo, aun en aquella edad, no es inocente” (Confesiones, I, VII), y preguntaba con angustia: “¿dónde, Señor, estuve sin pecado o en qué tiempo he sido inocente”? Lea El señor de las moscas o a Agota Kristof: da escalofríos. ¿Que sólo son novelas de ficción? Ojalá.

¿Mano dura, menos tele y fuera botellón? ¿Eso es todo? Con el debido respeto, lo dudo mucho. Esta infancia es un concepto cultural reciente, creado por la Ilustración: quizá no sería una tontería volver a pensarlo. Para el autor de El mago de Oz, por ejemplo, los cuentos tradicionales europeos eran demasiado crueles. Puede, pero al menos enseñaban a los niños a enfrentarse a su propia maldad, no presuponían que eran buenos e inocentes: así no les dejaban indefensos ante sí mismos, como hacemos ahora con Disney, Pixar y compañía.

Alfonso Fernández Álvaro, Ingeniero Informático y Politólogo dijo...

Casto, lo que se dice casto, no soy, pero tenga en cuenta, Rafa, que no seré yo quien le ponga barreras al verde, muy verde campo. Allá cada cuál con sus creencias, niveles hormonales y conciencia. Ahora bien, quien quiera traficar con su cuerpo a cambio de dinero, droga,..., favores políticos, una subvención, un empleo en la Administración como asesor, no deja de ser una puta, sea ésta mujer, hombre o colegio.

Anónimo dijo...

La patrona de Pozuelo es la Virgen de la Consolación. “El porqué se ha perdido en la historia”, cuenta un diario local, lo cual me extraña. Vistos los festejos y sus consecuencias en uno de los municipios más ricos de España, queda claro que aquí el que no se consuela es porque no quiere. Lo único bueno de que la chavalería pozuelera encuentre entretenimiento en asaltar la comisaría es que la anecdótica gamberrada ha permitido a nuestros políticos lucirse en sus declaraciones a la prensa, sacar lo mejor que hay en ellos. Tres ejemplos, en orden de cercanía.

Empecemos por el alcalde de Pozuelo, Gonzalo Aguado (PP). La culpa fue de “un grupo de energúmenos de fuera”, se disculpa el primer edil, que argumenta que casi todos los detenidos son de otros municipios. La curiosa estadística la desbroza un vecino en la televisión: “Es que a éstos les pillaron porque se metieron por una calle cortada, y los de aquí ya se lo saben”.
Segunda explicación, la de la presidenta de la Comunidad de Madrid. Ha sido obra de “alborotadores profesionales”, afirma Esperanza Aguirre; aunque basta con ver los vídeos que la pijo borroka ha subido a Internet para que sea obvio que, más que gamberros profesionales, nos encontramos ante auténticos niñatos amateurs.

Menos mal que la teología nos ilumina allá donde no llega la sociología de barra de bar. “¿Qué pasaría si las familias de Pozuelo rezasen todos los días el Rosario a la Virgen?”, se pregunta Rouco Varela. El representante en zona del portavoz de dios en la Tierra se responde a sí mismo: “Estoy seguro de que no habría ocurrido lo que pasó”. Y Rouco tiene razón: en Teherán rezan más que aquí, y estas cosas no pasan.

Manolo dijo...

El problema de qué hacer con la prostitución sólo lleva sin ser resuelto, vamos a ver… unos miles de años, cuando la tribu ni siquiera había inventado la ciudad-estado. Para unos es la profesión más antigua del mundo. Otros sostienen que posiblemente las putas comenzaron a ejercer su industria al mismo tiempo que los brujos de la tribu la suya. Lo más probable es que ambas profesiones hayan nacido simultáneamente, la una para vender el Cielo en la Tierra, y la de los sacerdotes, para prometer los placeres de la Tierra en el Cielo.

Y como es imposible acabar con ninguna de ellas, porque sus mercancías son dos argumentos de venta supremos, he aquí que, miles de años después, seguimos discutiendo si las putas deberían abrir su chiringuito fuera de las murallas de la ciudad, y si los sacerdotes deberían instalar sus tenderetes fuera del recinto de la escuela, el lugar reservado a la razón.

La prostitución se puede ejercer en recintos cerrados, como el sacerdocio, pero la inversión en locales es más cara porque hay que pagar la decoración: luces indirectas y de colores, un gusto kish por los dorados y los disfraces estrafalarios, música ambiental. Y eso lo sabe bien el cliente, al igual que la gente joven ha descubierto el botellón como forma más barata de beber y de relacionarse que en los bares y discotecas. Visto lo del otro día en Pozuelo, creo que el problema del botellón deberíamos contemplarlo como pendiente de regulación, y no de estéril prohibición. Como en el caso de la prostitución y de las religiones.

Por cierto, el cardenal Rouco tiene una solución, aunque me temo que entiende tanto de botellones como de putas: “Si las familias de Madrid y de Pozuelo hubieran rezado el Rosario, no habría ocurrido lo del pasado fin de semana”. “Rezar todos los días en familia el Rosario de la Virgen”, como la bajada de impuestos del PP, parece que sería la solución a todos nuestros males.