viernes, 8 de agosto de 2008

Los Juegos Olímplicos: la perversidad política en estado puro

Hoy comienzan en Pekín los Juegos Olímplicos de Verano, y lo hacen en medio de una controversia más propia de la política que del deporte.

Desde luego no se puede negar la relación que el Olimpismo ha tenido desde siempre con la política, la religión o el poder, y lo que se pretendía en la era moderna de los Juegos era precisamente hacer un paréntesis en esta relación entre Estados, más propios de la política, para dejar paso a la relación entre deportistas, más propio de las naciones culturales.

Así, se pretendía incluso que las guerras existentes en los momentos de los Juegos pasaran por una especie de tregua mientras fueran disputados, para enfatizar el carácter de hermanamiento entre los pueblos del mundo.

Sin embargo, hemos asistido a toda una sucesión de perversiones en este espíritu y los aparatos estatales se han apoderado de las mentes y acciones de los deportistas, fundamentalmente porque sus resultados dependen de ellos.

El colmo ha llegado cundo les han instado a los deportistas que en estos Juegos eviten hablar de política, para no "molestar" a los anfitriones. ¿Ello implica que no se pueda hablar de deporte? Lo comento porque pocas cosas quedan menos polítizadas que el deporte.

Los diferentes boicots de Estados Unidos y Rusia, las reivindicaciones de los negros, los secuestros de Munich, o las actuales actuaciones de la dictadura China, no son más que manifestaciones políticas en el deporte.

Y el Gobierno español, no ha podido resistirse a esa tentación y también ha conminado a los deportistas a que no hablen de política, pero se lo ordena un político, encabezado por el Ministro de Asuntos Exteriores y continuado por el Secretario de Estado para el Deporte y los Presidentes de las Federaciones correspondientes, y es que los deportistas dependen económicamente de ellos y a ellos deben subordinarse.

Otro elemento digno de mención es el carácter identitario de los Juegos. Pocas veces como en el deporte se pone de manifiesto y de forma unánime el carácter nacional. Cada país quiere el mayor éxito deportivo. Los dirigentes, como escaparate de la apuesta que hacen por el deporte, los ciudadanos por el orgullo de ser y sentirse parte del éxito deportivo de sus conciudadanos, y los deportistas porque, de esa manera, se reconcilian con sus conciudadanos por el hecho de pagar impuestos y fijar su residencia donde fiscalmente les interesa, y de paso aprovechar el tirón publicitario que pueda suponer y aumentar así el precio sus derechos de imagen.

Un buen negocio, donde lo que menos importa es el espíritu olímplico y donde la política y el businness se imponen. Derechos de televisión, de imagen, escaparate para futuras inversiones en el país organizador. Ése es el objetivo. ¿A quién le importa el deporte, el espíritu de superación, el hermanamiento entre pueblos, la competitividad, el esfuerzo?

Se puede pensar que es una visión bucólica del deporte, pero es que es eso precisamente una Olimpiada. Ésa era precisamente la intención, y hoy asistimos a un teatro de títeres en el que los Estados manejan los hilos de unos deportistas que se dejan manejar a cambio de dinero y con unos espectadores engañados pero contentos imbuidos de espíritu nacional.

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