miércoles, 7 de septiembre de 2011

ESPAÑA, NACIÓN HISTÓRICA

España es el país sobre el que más se ha discutido sobre su propio ser histórico, muchas veces desde el extremismo y con no mucha lucidez, y casi siempre desde el pesimismo. Esta autocrítica severa se ha agudizado en el último siglo como consecuencia de la proliferación de los nacionalismos excluyentes, lo que ha llevado consigo, como consecuencia principal, la resistencia a la adaptación de las estructuras del Estado a los nuevos tiempos.

Para el profesor Luis González, el revisionismo histórico realizado desde estas regiones ha traído como consecuencia que “… cada doctrina nacionalista y cada historiografía nacionalista ha aportado su propio espejo deformante, fabricado a base de sus particulares emociones.” Para el autor la historia de cada pueblo de occidente tiene sus propias particularidades y que, España no es más original que otros pueblos, pues ni sus rasgos esenciales ni los de sus regiones pueden entenderse fuera de la luz de la Historia general del Occidente europeo. El pecado que las visiones nacionalistas cometen es el de caer en la tentación narcisista de situar el universo de su estudio en unas coordenadas espacio-temporales hechas a la medida.

El desarrollo de España, como nación histórica, pasa por tres hitos secuenciales históricos: el primero es el de la consolidación en la España medieval de reinos separados con estructuras políticas diferentes, aunque no opuestas, pues se desarrollan insertas en las coordenadas que marca la época.

El segundo hito debemos situarlo en los siglos XVI y XVII debido al conservadurismo practicado por los Austrias que provoca la anormal permanencia de modelos heredados del Medievo, lo que provocó que en las puertas del XVIII los modos políticos, jurídicos y sociales fueran más arcaicos en unas regiones que en otras, lo que ha dado pábulo a doctrinas mitificadoras y equívocas sobre los motivos de tales diferencias, con lo peligroso que el resulta para la Historia los mitos políticos.

El tercer hito lo constituye el retraso en la entrada del espíritu liberal en el XIX, que retrasó la construcción del Estado contemporáneo y vertebrar la “nación española”, al ejemplo de Francia, también de raíces milenarias y cuya existencia nadie pone en duda. El liberalismo español, cicatero y amedrentado, permitió la persistencia de arcaísmos propios del Antiguo Régimen, con la disculpa de encontrar la pacificación entre absolutistas y liberales, lo que no fue exclusivo de España, pero que en el resto de países se resolvía con nuevas oleadas revolucionarias (1830- 1848), mientras que en España se resolvía a través de concesiones al pasado. Ello sigue pesando en la actualidad.

Esta indeseable cohabitación de modelos facilitó el desarrollo de la mitología romántica nacionalista acerca de las Españas, que engendraron y alimentaron a los regionalismos conservadores, con una muy peculiar visión de su historia local, o de cada reino medieval, si se prefiere.
El problema en sí de la deformación de la imagen colectiva de España no viene de los problemas históricos pasados por España sino en la interpretación que los nacionalismos hacen de esos problemas. Como afirma García de Cortázar, los nacionalismos imponen un designio colectivo que entra en conflicto con el derecho de la persona a elegir su propio proyecto de vida, de ahí que el nacionalismo vasco, en el caso estudiado por Cortázar, se configure como un memorial de agravios contra España .

En 1996, el político nacionalista Durán i Lleida afirmaba que “ni por lengua, ni por cultura, ni por historia podemos hablar de España como una nación”, mientras exigía aceptar la plurinacionalidad del Estado para adaptarlo a la realidad del siglo XXI. Se recuperaba la vieja idea barroca de la “nación de naciones”: Cataluña es una nación, pero España no. España es “una cosa” formidable y muy importante . Para el Presidente Ardanza, “aquí no se pueden resolver las cosas hasta que no se supere la idea de nación española”. Son ejemplos de la negación histórica, de la exclusión manifiesta, pues Cataluña es nación, pero no lo es Canarias, ni lo es Asturias: los son Galicia, Vasconia y Cataluña.

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